APARECE LA CRISIS DE ABSTINENCIA EMOCIONAL
Esa primera noche de
soledad correspondió en el calendario con el 25 de diciembre de 2018, me acosté
a eso de las 10 pm, muerta del miedo. Tenía la esperanza de dormirme pronto, me
costó conciliar el sueño. No podía llorar, sentía un vacío muy
fuerte. Mi habitación no tenía ventilador lo que complicó más mi insomnio. A
esos de las 12 me alcancé a quedar dormida, pero a las dos horas me desperté
sintiendo que me quedaba sin aire, intenté correr y abrir la puerta por la
sensación de ahogo, sentí unas inmensas ganas de gritar y pedir auxilio.
La angustia me duró unos
tres o cinco minutos, inmediatamente me hice consciente de que nada me iba a
pasar, de que esa reacción era normal y que tenía que trascenderla. Había leído
mucho acerca de los síntomas de la abstinencia emocional, así que me calmé con
cariño y me quedé dormida nuevamente. A las 4 am me desperté, mi mente estaba
muy inquieta, pensaba y pensaba en Álvaro. No se hacía a la realidad de su
ausencia. Me levanté a las 5 am, me bañé y antes de las 6 am me fui para el
centro. De camino al centro me comuniqué con él para informarle algo del
divorcio, le dije que había pasado una muy mala noche.
Antes de llegar al
centro me bajé en un puesto de jugos. Estuve hablando con una señora más o
menos hasta las ocho de la mañana. Sentía que necesitaba hablar con alguien,
distraerme, la idea de estar conmigo me aterraba. No le conté a la señora nada
de lo que me pasaba, sólo escuché sus historias. A las 9 am la abogada me llamó
y me dirigí hasta su oficina. Iba llorando desconsolada, muy triste. No me
importaba que todos me vieran llorando, estaba centrada en mi dolor.
Cuando salí de la
oficina de la abogada, llamé a una excompañera de trabajo y le dije que quería
visitarla. Me fui para su casa, allá almorcé y me pasé toda la tarde, no le
conté absolutamente nada de lo que había pasado. Le dije que Álvaro estaba
bien, trabajando. Traté de disimular mi dolor y mostrar una cara amable. En la
noche fui al centro a comprar un ventilador y volví a la pensión donde vivía.
Esa noche dormí más, aunque también me desperté a las 3 am, esta vez sin ataque
de pánico.
El día siguiente nos
vimos para firmar los papeles del divorcio, yo ya estaba más tranquila, hay
muchas cosas que no recuerdo. Sólo sé que los días siguientes me fui sintiendo
mejor, eso sí, llegaba a la pensión sólo a dormir. Me iba todo el día para una
biblioteca a leer o visitaba a una conocida que trabaja en el centro. En el día
estaba bien, en la noche me daban crisis de ansiedad y me provocaba llamarlo
para saber de él. Debía hacer un esfuerzo extremo para no contactarlo. Yo era
consciente de que si lo hacía, la ansiedad sería mayor.
El 31 de diciembre tuve
unos ataques de pánico muy fuertes. Cuando sonaban las canciones de navidad y
fin de año, mi corazón se arrugaba del dolor. Los primeros días del año fueron
muy duros. Esos días decidí contarle a mi madre la decisión que había tomado.
Ella entró en una crisis de la que todavía no ha salido. Se vino para la ciudad
donde yo vivo, creyó que yo estaba loca.
La visita de mi madre me
desestabilizó más de lo que yo estaba, pero yo seguí con mi trabajo interior.
Seguí cultivando mi fuerza y mi voluntad, le mostré lo decidida que estaba a
seguir adelante en soledad. La ansiedad seguía apareciendo. Una vez caí en la
tentación de llamarlo, pero luego me sentí peor que antes de escucharlo. Decidí
que no lo volvía a llamar más y he mantenido mi decisión, nunca más lo he
vuelto a llamar. Una vez él me llamó y me puse muy ansiosa, afortunadamente no
me volvió a llamar. Definitivamente, en casos de dependencia el contacto cero
es la solución infalible.
Después de la separación nos hemos encontrado
frente a frente en dos oportunidades: la primera vez me puse muy nerviosa,
caminé rápido y me hice la que no lo había visto, pero me dio un ataque de
ansiedad muy fuerte. Estuve a punto de llamarlo, pero no lo hice. La segunda
vez me sentí más tranquila, me acerqué, lo saludé con un beso en la mejilla.
Ese día me contó que volvería a su pueblo natal. Le deseé lo mejor y me despedí
con un abrazo que no fue correspondido. Caminé presurosa y entré a un baño
público a llorar desconsolada. Me afectó muchísimo saber que no lo volvería a
verlo. Desde ese 14 de febrero no sé nada de su vida. Creo que está bien, deseo
que tenga paz y que esté tan agradecido con la vida como lo estoy yo. Hoy tengo
para ofrecerle las lágrimas que acarician mis mejillas mientras escribo estas
palabras. Álvaro Luis, gracias por haber llegado a mi vida y gracias también
por no estar en mi presente.
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