CUANDO CREÍ CONOCER EL VERDADERO AMOR: PARTE I



Esta es la historia más importante de todas, no porque sea una historia de amor real, sino porque fue la que me trajo a mi actual estado de consciencia emocional. En diciembre del 2015 fue a pasar unas vacaciones a las playas del Rincón del Mar (Sucre- Colombia). Esa visita me puso frente a quien sería prontamente mi esposo, un joven habitante de ese pueblo del que quedé enamorada a primera vista.
En principio la atracción fue física, el color de su piel, su altura y su cuerpo lograron cautivarme. En menos de veinte días ya estaba profundamente enamorada.Empezamos a salir. Al principio todo fue para mí maravilloso, como ocurre casi siempre. Sentía que había encontrado el hombre de mi vida: me gustaba física y mentalmente, además era un excelente amante. Empezamos el noviazgo pero las primeras semanas del mes de enero yo tuve que regresarme a Bogotá. Supe que estaba enamorada cuando llegué y puse mis maletas en el piso, un vacío profundo me invadió y las lágrimas fueron inevitables. En poco tiempo había surgido un gran apego. El me llamaba todos los días, día tras días íbamos apegandonos más. 
A principios de marzo él decidió ir a Bogotá a visitarme y estuvimos juntos una semana. Después de ese encuentro terminamos convencidos de que era necesario estar juntos, cada vez nos extrañabamos más, bueno, creo que mi nivel de apego era mayor. Cuando él me llamaba, yo lloraba y le decía que lo quería cerca, que no podía soportar su ausencia. Fue tanta la necesidad de proximidad que un mes después, él se fue a vivir a Bogotá. Yo me encargué de buscarle vivienda cerca de mi casa y organicé todo para su traslado.
Él llegó a vivir a Bogotá a finales de abril y desde ahí  la relación empezó a consolidarse. Debo señalar aquí que no pudimos vivir esa etapa del idilio amoroso porque ya juntos tuvimos que afrontar situaciones de supervivencia que eran inmediatas. Él llegó a buscar trabajo, yo tenía un trabajo súper estresante y estábamos en medio de una ciudad caótica. Así que nos debatíamos entre los líos económicos y laborales. Los fines de semana nos escapamos a algún pueblo cercano para liberarnos un poco de nuestras preocupaciones. En ese contexto surgió el amor, o lo que para mí en ese momento era amor.
Nuestra relación nunca fue madura, muy pronto empezaron las discusiones debido a que teníamos personalidades opuestas. Yo luchaba por tomar el control de él y de la relación, como tenía miedo de llegar a perderlo, asumí la estrategia de controlar su tiempo, su dinero, sus deseos y hasta sus sentimientos. Él luchaba por mantener su individualidad y sus gustos. Siempre decía que era un hombre libre, yo como no entendía a qué se refería, me molestaba muchísimo. .
De hecho, la propuesta de matrimonio surgió en medio de una de nuestras múltiples peleas, pasábamos tanto tiempo juntos que empezamos a sentir la necesidad de consolidar esa convivencia. Yo acepté casarme y tengo que señalar aquí que no sé qué motivó esa decisión porque eso fue algo que nunca antes estuvo en mis planes. Probablemente estaba enamorada, además tenía la presión de mi mamá. Ella decía que si no estábamos casados, no nos aceptaba en la casa. Tomamos la decisión de casarnos en noviembre del 2016.
No fue un matrimonio convencional, ahora que lo recuerdo yo nunca estuve emocionada como veo que están la mayoría de mujeres que se van a casar. Lo hice movida por la posibilidad de vivir con él. Sentía que necesitaba estar siempre a su lado. Me vestí de blanco, hice una cena de amigos, algo bastante austero, y nos casamos. No hubo luna de miel porque a él le tocó trabajar, estuvimos juntos unos días y luego yo me fui a pasar vacaciones donde mis padres. Para final de año, él viajó a mi casa y de ahí nos fuimos para donde la familia de él. Estuvimos dos días allá y de ahí el volvió a sus labores y yo a casa de mis padres.
Al poco tiempo yo volví a Bogotá y empezó la convivencia real. Había momentos de alegría y pasión, pero las peleas era un elemento inevitable. Mi necesidad de seguridad y de afecto me llevaba a desplegar cualquier tipo de estrategias para sentirme segura y tenerlo bajo mi control. Trataba de controlar sus emociones, sus gustos, lo que debía comer o no, incluso hasta su manera de motilarse, controlaba los lugares a los que él podía y no podía ir, las personas con las que podía o no chatear. Tenía una actitud paranoica.
Los meses fueron pasando y el nivel de control mío fue aumentando. Después de discutir, no nos hablábamos durante varias horas. A veces nos acostábamos bravos y yo hacía una pataleta para llamar su atención y lograr que me buscara. Infancia pura. Hacía uso de las mismas estrategias que cuando mis padres me agredían y decidía no comer para llamar su atención y hacerlos sentir mal. Por supuesto en ese momento yo no era consciente de lo que estaba haciendo.
Los primeros ocho meses fueron de mucha tensión. Él ingresó al equipo de fútbol de su empresa y ahí las peleas aumentaron porque tardaba mucho tiempo en llegar a la casa.. Fueron épocas realmente tormentosas para mí, y supongo que para él también. Nadie puede vivir en medio de tanta obsesión. Yo no entendía por qué me comportaba así, sentía que la situación iba terminar siendo insostenible para ambos, pero sentía que no había otra forma, que debíamos seguir así.
Y efectivamente ocurrió un hecho que llevó la situación al límite. Un día después de jugar se fue con los amigos a tomarse unas cervezas. Me llamó y me dijo que ya iba para la casa, pero no era así. Yo me dispuse a esperarlo, pasaron dos horas y como no llegaba, decidí llamarlo. Me contestó en medio de la música y me dijo que estaba tomándose unas cervezas. A mi casi me da un infarto. Le exige que se viniera para la casa, él dijo que en un rato llegaba. Esperé una hora y volví a llamarlo. No contestó más el teléfono. Las horas pasaban y mi angustia aumentaba. Yo estaba segura de que llegaría a dormir a la casa pero cuando pasó la media noche supe que no llegaría.
Esa noche viví los momentos más angustiantes de mi vida, pensaba qué le habrá pasado, dónde estará, habrá tenido algún accidente, se habrá quedado dormido en algún lado. Todas las posibilidades que venían a mi mente eran negativas. Dormí como una hora en toda la noche. A las 3 de la mañana recibí un mensaje de él que me sacó de la angustia y me dejó en la ira. Me decía que se había quedado donde unos amigos, por la estructura del texto supe que estaba muy borracho. En ese momento sentí que lo odié con todas las fuerzas de mi corazón.
En un acto demencial tomé absolutamente todas sus pertenencias y se las empaqué en un bolso. Sentía que ese acto era imperdonable. No me dolía tanto que no hubiera llegado a la casa, sino que no hubiera sido capaz de liberarme de esa noche de sufrimiento innecesario. A esos de las 8 de la mañana llegó él, amanecido y con un guayabo terrible. No lo dejé ni llegar, le pedí inmediatamente que se fuera. Le saqué sus cosas y lo eché. Él me pedía que lo dejara dormir, que después hablábamos. Yo no soportaba verlo acostado en la misma cama donde yo estaba, así que le di un dinero que le tenía guardado y le supliqué que se fuera.
Él tomó sus cosas y en un gesto de dignidad se fue. No había bajado bien las escaleras cuando yo me tiré al piso a llorar de desconsuelo. Mi hermana me abrazaba tiernamente. Sentí como si arrancaran una parte de mi corazón. Sentí un dolor tan fuerte que incluso ahora mientras escribo no logro contener las lágrimas. Traer esos recuerdos a mi memoria es todavía doloroso. Yo en ese momento sentí que la vida se me iba, que yo misma me arrancaba el corazón  y lo sostenía en mis propias manos. Él me llamó como a las dos horas para despedirse. Yo aparenté estar calmada. Traté de distraerme y me fui para la casa de una amiga. Por lo menos allá no lloré, pero seguía sintiéndome muy mal.
Llegó la noche y con ella la crisis de abstinencia más difícil de mi vida. No pude dormir, lloraba como una niña a la que han abandonado sus padres. Sentía una fuerte presión en el pecho, como una especie de ahogo motivado por la ansiedad. Mi hermana trataba de consolarme pero yo estaba realmente poseída. El día siguiente en la mañana decidimos irnos a un pueblo cercano, estando allá él me llamó y me dijo que ya estaba donde sus papás y que me extrañaba mucho. Me dijo que quería volver a mi lado, que lo perdonara por no haber llegado a la casa esa noche.  Yo no le conté lo terrible que la estaba pasando, pero sí le dije que lo extrañaba. De ahí en adelante seguimos hablando todos los días. Él se fue un domingo al medio día y el jueves de la siguiente semana estaba de vuelta.
Yo acepté que volviera porque no supe controlar la crisis de abstinencia. Sentía que era un dolor que yo nunca podría superar. Mi corazón me decía, o mejor me susurraba, que no volviera con él, que aprovechara esa situación para reconciliarme conmigo, pero yo estaba completamente tomada por la dependencia. Silencié mis voces internas y volví con él. Sentí un alivio infinito, desapareció la angustia y la ansiedad.
En diciembre decidimos cambiar de ciudad. Nos fuimos a vivir a Barranquilla. Llegamos a Barranquilla y empezamos a vivir completamente esa ciudad, pasamos días y noches muy gratas. Sin embargo, hubo un par de noches en que la crisis se asomaba, me daban ataques de celos por cuestiones absurdas, yo me cuestionaba por sentirme así, pero sentía que era algo inevitable. Trataba de controlarlo, de tenerlo a mi lado todo el tiempo, me molestaba que quisiera estar un rato sin mí.  Yo me sentía mal conmigo al ver que no era capaz de controlar mis impulsos, en las noches me acostaba y trataba de reflexionar sobre mis comportamientos, sentía que poco a poco me iba agotando y sabía que esa situación no seguiría así por mucho tiempo. Era algo insostenible que caería por su propio peso.
En enero decidimos venirnos  a vivir a Valledupar, ciudad en la que actualmente estoy. Los primeros cinco meses la pasamos bien, aunque estaba la tensión porque él no lograba encontrar trabajo. Yo me desesperaba, lo presionaba para que iniciáramos una idea de negocio, pero a él eso nunca lo motivó, siempre estuvo obsesionada con la idea de ser un empleado con un salario definido. Pero bueno, tratamos de sobrellevar la situación, él se dedicó a las labores de la casa mientras yo trabajaba en una universidad. Acá yo me relajé un poco,  empecé a concentrarme en mis cosas, él también se sintió más libre y me dijo que le gustaba esa nueva versión de mujer no posesiva. Ni él ni yo imaginábamos la lección que la vida nos estaba preparando.


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